¿Es necesario declarar un concurso desierto para que la calidad literaria mejore?

¿Qué me mueve a opinar sobre la declaración de desierto en la sección Novela del reciente Concurso Miró? No había una novela mía participando en este concurso. Lo hago por otras razones. A mí me enseñaron que las personas nunca son el problema, sino parte de la solución. Si fueran el problema, no quedaría más remedio que deshacerse de las personas. Este enfoque se alinea con la filosofía humanista, que pone al ser humano como centro de todo. Me afecta personalmente, debo aceptarlo (por experiencias vividas, sin duda), que se tache de modo lapidario y negativo a la gente. Considero que los estereotipos, etiquetas, la falta de fe en el desarrollo de los seres humanos son las peores taras de las sociedades.

Más que la decisión unánime del Jurado, lo inquietante es la manera en que se está utilizando el mecanismo del desierto. ¿Se pretende educar a los escritores castigándolos con ignominiosos dictámenes? ¿De ese modo, a golpes, escribirán mejor? Pero para seguir adelante, necesito poner sobre la mesa unos pocos conceptos, porque iré más allá de lo meramente literario.

A ver, la palabra gobierno viene de gobernar, de dirigir. El Gobierno de un país hace exactamente eso. En el sitio electrónico Wikipedia, se puede leer lo que sigue: «El Gobierno (del griego: κυβερνέιν kybernéin ‘pilotar un barco’ también ‘dirigir, gobernar’) es el principal pilar del Estado, la autoridad que dirige, controla y administra sus instituciones, la cual consiste en la conducción política general o ejercicio del poder ejecutivo del Estado». Bien. Ahora, qué es el Estado. Otra vez recurrimos a Wikipedia: algunos autores lo definen como «el conjunto de instituciones que poseen la autoridad y potestad para establecer las normas que regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa sobre un territorio determinado». Se puede colegir, entonces, que el Instituto Nacional de Cultura (Inac) debería dirigir lo concerniente a la cultura de los panameños. No es que sea el productor de la cultura, pero sí tiene una posición de liderazgo que debe servir para beneficio del desarrollo nacional. Dicho esto, creo que lo ideal es que el Inac se preocupe de que nuestras manifestaciones culturales sean cada vez más y mejores. Por eso coincido con un amigo en que el Inac ha sido y es una entelequia. Pero no lo hagamos también un coartador de cambios: debe ser un desarrollador.

No es fácil lograr este fin. Sin duda. ¿Qué se me ocurre, humildemente, que podría hacerse? Tres años atrás, ante otra declaración de desierto del Ricardo Miró, escribí que los fines del premio no tenían claridad. Si lo que se perseguía era promover la excelencia, como las autoridades del Instituto Nacional de Cultura se apresuraron a decir, por qué no impulsaban excelentes programas de formación (entonces no había ni un solo cursillo de narrativa amparado por esta entidad) y por qué las obras distinguidas eran abandonadas en estantes secretos de oficinas gubernamentales. Gracias al esfuerzo de sus funcionarios, actualmente, hay más de un programa literario y parece existir un mayor esfuerzo de promoción. Pero resta mucho por hacer. Qué tal organizar redes de talleres literarios, para que actúen de forma coordinada. O utilizar las bibliotecas estatales, en coordinación con los municipios, para llegar a más personas. También sería plausible impulsar conversatorios literarios que se llevaran a cabo regularmente: debatir, en literatura, es aprender. ¿La única forma para mejorar la calidad literaria es avalar humillantes desiertos en el Ricardo Miró? No lo creo. Lo es para quienes consideran que las personas no tienden al bien, sino que hay que forzarlas a que abandonen sus malas prácticas, para ellos sí.

Hay un segundo tema. Un concurso con las características del que nos ocupa no debería servir solo para escoger un ganador. Un concurso como el Ricardo Miró casi obliga a ejecutar diagnósticos culturales. Qué temas les resultan importantes a los panameños, qué métodos de trabajo literario están usando, cuáles son sus aproximaciones conceptuales. Sobre todo, esto es la cultura. Y los panameños deberíamos tener derecho de centrarnos en nosotros mismos, por lo menos en nuestro país. Esto no tiene nada que ver con las muchas o pocas lecturas. ¿Quién se habría atrevido a decirle a Guillermo Cabrera Infante que no tenía lecturas porque su proyecto literario era cubanísimo? Por supuesto que las tenía, pero también estaba seguro de que el arte tiene como último fin la identidad. Se podría decir, por el contrario, que la falta de lecturas es la que hace que algunas personas subvaloren ciertas aproximaciones literarias. Vale la pena detenerme en esto. Cada estilo literario es una huella digital. Ernesto Sábato dijo que «La ciencia es genérica y el arte es individual, y por eso hay estilo en el arte y no en la ciencia. El arte es la manera de ver el mundo de una sensibilidad intensa y curiosa, manera que es propia de cada uno de sus creadores, e intransferible». O sea, hay tantos tipos de arte como artistas. El mismo Vargas Llosa dice que sus temas no son de su responsabilidad, sino que los controlan fuerzas más allá de su voluntad como escritor. Si se escribe aún sobre la Invasión, por ejemplo, por algo será. Las obsesiones están ahí por designios misteriosos pero sabios. Así lo ha demostrado la Historia. Es un hecho comprobado que diferentes comunidades tienen distintas percepciones. Lo que es bueno en un lugar, puede no serlo en otro. Así como los temas que movilizan la voluntad de un escritor pueden no significar nada para otro. Por eso, algunos países dan un peso considerable a la autodeterminación de sus culturas.

Bueno, también podría decirse que, después de todo, el concurso es la medición de la calidad, no su promoción. Pero es que ya he dejado claro que la razón de ser del Inac es el desarrollo de la cultura, y este concurso está enmarcado en el Inac, por lo que debería ser, cuando menos, parte de un proceso que busque la evolución literaria. En definitiva, aunque se ha disminuido la falta de formación en letras y aumentado la relevancia que se da a las obras que nacen en el seno del Miró, persisten obstáculos tercos y nocivos, obstáculos que no se resolverán¾tal vez, incluso, se agraven¾si se declaran premios desiertos regularmente. ¿Motiva al escritor, realmente, este mecanismo? Es muy posible que cree frustración, porque no hay alternativas firmes para superarlo. Cabría, eso sí, y estoy dispuesto a participar en un esfuerzo en este sentido, mejorar el método como un todo. Es sospechoso que las declaraciones de desierto no hagan señalamientos al mismo sistema, y despotriquen contra los escritores. Se defiende al status quo y se culpa a la gente. ¿No fue la gente inducida para ser lo que es? Hacer arte no será responsabilidad directa de ningún gobierno, pero sí es su responsabilidad crear una cultura afín al arte. En nuestro país tenemos, en cambio, una cultura que resulta aún hostil al arte.

 

Un comentario

  1. Señor Wynter, los escritores deben llegar formados al Miró e históricamente ha habido trabajos excelentes.
    El fallo del Jurado ha de respetarse y acatarse y el Jurado evalúa a los escritores, no al sistema.
    Su planteamiento me parece demagógico.
    Una bolsa de 15 mil dólares es generosa, el mayor premio de América Latina.
    Una cosa es que los escritores no sepan escribir y otra que la obra circule. Y la plata que deja de pagar el Estado al declarar el premio desierto se puede usar en formación.

    Con todo aprecio,

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