La corrupción es un punto de vista.

Case of Money
Silver case with American bills

Se ha vuelto imposible de resolver el rompecabezas de la política propiamente latinoamericana. Para el ciudadano común cada vez es más difícil juzgar a sus gobernantes y decidir a quién dar su voto. Pensamos que ningún político es digno de confianza y buscamos con insistente y esperanzada atención una mínima muestra de que, por Dios Santo, alguien, quien sea, pueda llevar al país por lo menos un paso adelante.
El callejón sin salida es la corrupción.
Es corrupto quien no sigue la ley, pero qué ley. Hemos tenido presidentes que cambian leyes como quien se cambia de camisa. Si pensamos en esto, tomamos distancia y observamos desapasionadamente, la corrupción, más que un delito en sí mismo, es una confusión de puntos de vista. Si Al Capone se creía un benefactor de la humanidad, ¿qué esperamos de gobernantes que gustan de la buena vida?
Si dos abogados hábiles se enfrentan, uno y otro ofrecerán lógicas argumentaciones. ¿Quién tiene la razón? ¿Cuál es la verdad? Ya nos han convencido de que el enriquecimiento ilícito es inevitable (si no me creen, pregúntenla a cualquier persona de a pie si tiene esperanzas de que los políticos dejen de robar). La ley se ha hecho verborrea convincente, inteligente subjetividad. Lo que para unos está mal, para otros puede ser correcto. Y lo peor es que, según la ciencia cuántica, en el universo pesa considerablemente la subjetividad; en otras palabras, la relación entre causas y efectos no es mecánica, sino viva. Esto quiere decir que hay fuerzas que surgen de las percepciones humanas y determinan lo que va a pasar. ¡Qué peligroso! Una cantidad considerable personas equivocadas puede alterar el universo, ¿o qué es el calentamiento global?
En su anterior discurso a la nación, Barack Obama habló largamente sobre las logros y retos de su administración: políticas para inmigrantes, crecimiento económico y relaciones internacionales. Entre cada uno de estos segmentos, hizo énfasis en la importancia de respetar la ley. Parecía excesivo  a mí me pareció asfixiante, además de que me confirmó la percepción usual que tenemos los latinoamericanos de que los gringos son extremadamente rígidos, autoritarios. En cierto momento, cuando hablaba sobre los inmigrantes, dijo que era conveniente recibirlos, por qué no, pero que debían acatar las reglas. ¡Uff, ¿acatar las reglas?! ¡Si los latinoamericanos estamos hechos para hacer lo que nos plazca! ¿Pero qué otro modo hay de ser justos? Esto está más allá de una doctrina meramente capitalista.
La Ley Martinelli, la Ley Varela, la Ley Chinchilla, la Ley Santos, la Ley Peña Nieto, la Ley Cristina y un largo etcétera. Pero en términos concretos, los que se llevan a la práctica, solo se beneficia un reducido grupo de poder. Por eso la riqueza se perpetúa en unas pocas manos. Si se observaran las mismas reglas para todos, el esfuerzo, talento, valores positivos y servicio brindado a los demás sería recompensado y estimulado, además de que los saqueos materiales e inmateriales de la corrupción cesarían.
Suele pensarse que el establecimiento de reglas comunes estandariza el crecimiento individual, e inmovilizaba la experiencia de los individuos. Pero lo cierto es que esto ocurre con las malas reglas. Si las reglas son humanistas en su más profundo sentido, el progreso individual sigue su curso. Y esto nos llevaría a un nuevo enfoque para disminuir la corrupción: además de la búsqueda de leyes verdaderas (las que la historia demuestre que van de la mano con la misma naturaleza del ser humano), debemos encontrar consensos que sigamos, posteriormente, con férrea disciplina.

 

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