En la primera calle que intersecta la muy popular vía de Salsipuedes, ciudad de Panamá, hay una venta que ha ofrecido, quizás por más de treinta años, cómics, paquines o historietas. Batman, Aquaman, la Chica maravilla, Jonah Hex y Daredevil cuelgan de hilos como la ropa del tendedero. Los cómics aparecen ahí al ritmo de su publicación normal, poco después de que lo hacen en las tiendas regulares. Pero en los años ochenta eran, además, comprados y revendidos por sus mismos consumidores, lo que permitía asombrarse con las rarezas de lo usado. Así leí a Frank Miller mucho antes de que codirigiera Sin City o inspirara la versión cinematográfica de 300.
El puesto queda a unos metros de la casa de madera en la que vivía mi abuelo. Como no existían los interfonos, era común que gritáramos ¡Abuelo!, desde la puerta de entrada, y esperáramos su respuesta y la caída de una llave. En cuanto podía escaparme de la visita, iba al puesto y compraba uno o dos paquines cada vez. Los superhéroes, sus infancias problemáticas, sus desamores y la herida por ser distintos, se convirtieron en compañeros de mis miedos y ensueños adolescentes.
En el año 1998 decidí que ya no necesitaba los cómics y regalé mi colección de Marvel y DC. No me parecía adulto conservarla. Pero los cómics han renacido en forma de películas y no cabe duda de que me equivoqué. Empaquetados en films tecnologizados, pueden satisfacer los gustos más maduros.
No es común saberlo, pero, en su época de oro, los cómics se emparejaron con los grandes acontecimientos sociales. El Capitán América, por ejemplo, nació con la Segunda Guerra Mundial y en sus portadas aparecía enfrentando a Hitler. Y la ya legendaria serie Watchmen incluía, entre otros sucesos de la historia oficial, la muerte de John F. Kennedy y el suicido de Marilyn Monroe.
Los superhéroes sugieren que existe una fuerza fantástica y superior a todo lo que conocemos. Los superhéroes son dioses deseables cuando nada más acude en nuestro auxilio. Los superhéroes son sucursales que administran los poderes divinos.
Estos recuerdos surgen de la mano de los de mi abuelo, como si los superhéroes fueran parte de lo más íntimo de mi infancia. Algo en nosotros nunca deja de ser niño y ese algo sabe, como todo niño, que aún falta mucho para entender el mundo por completo, y le alegra.
Los superhéroes: una historia que continuará siempre…
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