Ojos para ver una invasión (fragmento correspondiente a Primera ausencia. El doble del General (1))

Portada ojos para ver una invasiónNos dijeron que el General tenía dobles o señuelos: personas idénticas a él. Aunque hay quienes no los vieron nunca, existen quienes juran que existieron.
Pocos podremos decir que le sostuvimos la mirada a nuestras decisiones. Pero la misión de un doble es hacerlo. Esto fue lo que vivió uno de ellos.
De corta estatura; el rostro poblado como de arañas; la mirada, el rayón tartamudo de un cuchillo; la sonrisa, un escudo opaco.
¿Cuál era su destino? El que otros dedujeron para él: arriesgar la vida por quien aparentemente era.
Una noche del año 1988, el 16 de marzo para ser exactos, él, el doble del dictador, duerme en la Comandancia de las Fuerzas de Defensa. Es el Chorrillo. La cama es cómoda, amplia. La sobrecama es de poliéster y algodón, pero de buen poliéster y algodón: no puede ser menos la sobrecama del mismísimo General.
Podía pensarse que se dedicaba simplemente a dormir  a dormir simplemente, pero no debía dormir: su deber era permanecer en estado de alerta. Sobre todo porque su integridad física peligraba. Al dictador lo amenazaba un golpe de estado.
En cierto momento, los ojos del doble caen hacia atrás, como si perdieran el equilibrio sentados en la coronilla de un muro. Pierde la consciencia.
Por el tiempo que dura el olvido de sí, no es el dictador, ni tiene el más mínimo compromiso de ser el dictador. Es, digamos, Harmodio Martínez. Cincuenta y cinco años. Pensemos que tiene dos comearroz de siete y nueve años con una mujer, y uno más de apenas tres, con otra. Todos viven en Juan Díaz.
¿Cómo detallar la vida de este doble de dictador? ¿Le es permitido llevar una vida, comencemos por preguntarnos eso, una vida, es decir, que no sea la del dictador?
¿Puede encontrársele por la calle y confundírsele con aquel al que protege, aquel a quien copia? ¿O se le mantiene en constante resguardo por conveniencia táctica?
¿Cómo alguien llega a ser doble de un dictador? ¿Cómo? ¿Alguna persona lo vio en la calle y exclamó: carajos de los carajos, si este tipo es igualito a mi General, reclutémoslo? ¿Era un miembro del G2 (inteligencia militar panameña)? ¿Emergió de soldadesca seleccionada? ¿O era un actor, como en el caso de aquel otro dictador, Franco?
¿Es fácil hacerlo? ¿Es fácil conseguir un doble de dictador?
En algunos casos debe serlo más que en otros. Cuando el rostro es común y corriente, no debería tenerse problemas. ¿Pero el rostro del General es común y corriente? ¿Es fácil hacerse de gente que se parezca a él?
Imaginemos que no. Demos por hecho que después de un considerable esfuerzo, dieron con este doble, con Harmodio Martínez.
Como parte del proceso, fueron estudiados minuciosamente sus antecedentes. Resultó ser un tipo inocuo. Está limpio, pueden haber dicho. Una hoja en blanco, una hoja en la que se escribiría el guion requerido.
Habrá sido entrenado entonces, porque no tenía formación militar ninguna. Y pensemos que llegó a ese día, a esa noche en la que duerme en la Comandancia, casi el 16 de marzo de 1988, tras una serie de eventos que le quitaron la inocencia de antes.
Pero mientras sueña, no piensa en nada de eso, es Harmodio Martínez, o quien podría ser, en algún momento y por alguna causa, Harmodio Martínez. Sueña que está en un valle muy verde, como el que vio en Venezuela cuando cumplía con una misión oficial. Corre desnudo.
Como es un hombre de gruesa fisonomía, cual lo es el General, y aunque tiene mejores condiciones físicas que este, el trote es francamente risible. Más en el sueño, donde no está presente la lógica común: ahí Harmodio corre en cámara lenta.
De repente, la sabana se comba, cae, y él cae con ella. Coño, me voy, se dice en el sueño, pero aun así le resulta agradable el sueño. Aunque siente el vértigo de quien pierde el apoyo del piso, es libre.
Hasta que un golpe puntiagudo lo devuelve a la realidad.
Abre los ojos pero es como si no los hubiera abierto: no ve nada. Se da cuenta de que le han puesto una capucha sobre la cabeza y que manos, muchas manos, tantas como patas salen del tórax de un ciempiés, palpan sus piernas, manos y brazos.
Ahora lo sujetan. Siente que sus manos están siendo atadas, y sus piernas también, por los tobillos. Se agita pero no logra deshacerse del ciempiés. Entonces comienzan los gritos. De hijueputa no lo bajan. Tal vez han bebido – el olor confirma la sospecha: han bebido. Es en ese preciso instante que Harmodio toma conciencia de que no es él, de que ya no es Harmodio Martínez, sino el General, y de que quienes lo insultan, no lo insultan a él sino al General, y de que no deberían sentirse tan confiados, después de todo, porque él es el doble del General y no el General.
Lo bajan en peso por la escalera. Luego lo conducen por el par de pasillos que separan la base de la escalera de la entrada principal. Nadie los detiene. Nadie se opone.
Siente en sus costillas y espalda los planazos del metal: acaba de caer en la caja de una camioneta pick-up. Supone que está techada con hojalata. Le vuelven a decir hijueputa. Y ahora agregan una nueva increpación: chuchaetumadre. Nadie los detiene. Nadie se opone.
Pero instantes después, un rifle de asalto AK-47 grita. Grita con voz ronca. Y le sigue un eco. Pero no es un eco sino otro AK-47. Y ya sabe que llegaron sus hombres, pero no los hombres de Harmodio sino los del General.
¡Carajo, qué estaban diciendo, maricones, a quién estaban llamando hijueputa!
Alguien, una sombra, lo toma del cuello y le levanta de un tirón y dice: Este se viene conmigo. Y de inmediato sus talones se están raspando contra el pavimento, y luego le dejan caer y su cabeza da contra el piso.
Se hace la luz, la poca luz de la madrugada, el sol aplastado y un farol, no más que eso. La cara del Teniente Salazar, esa sí aparece bien, su inmensa cara, su cara llena de miedo y de inminencia, lo está enfrentando…
Salazar se las sabe, hey, de todas, todas, piensa Harmordio, porque conoce al Teniente Salazar y sabe lo mucho que hizo para ganarse la confianza del General.
Le encañona. Encañona al doble. Él no puede hablar porque, Dios santísimo, además de tener manos y pies atados, su boca está sellada con una mordaza. Balbucea, eso es lo más que puede hacer. Desea decirle que, en realidad, se jodió, que él no es el General, sino el doble del General, pero se da cuenta de que el jodido es él, porque lo van a matar ya, de una vez. Él es Harmodio Martínez, no el General, y está por perder la vida.
Se acabó, dice Salazar. Y hala el gatillo.

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