Para los seres humanos es necesario sentirnos seguro. Es apenas menos importante que satisfacer al cuerpo: comer, dormir, saciar la sed. Nos colgamos de las certezas como un naufrago de las tablas flotantes.
Es tan poderosa esta necesidad, que una autoridad malvada podría enoloquecernos si la manipula. Morir de sed o de hambre no es más cruel, porque nada hay más desestabilizante que no saber qué espera.
No sentirnos seguros es perder casa, familia, amigos, país…
El ruido de las cosas al caer es, primero, una inmersión en los años quizás más violentos del hermana república de Colombia. Hay en esta novela un esfuerzo por fijar en la memoria – ¿la de los lectores, la del mismo autor? – referentes históricos relevantes; se sumariza la caída de una familia de abolengo bogotana y la consecuente decisión de uno de sus hijos de recuperar a cualquier costo el brillo pasado, aún si tiene que converstirse en aviador para el tráfico de drogas.
Tras esta obra bulle, sin lugar a dudas, una investigación paciente, un esfuerzo por recordar y comprender, y la creación solvente de ficciones.
En segundo lugar, El ruido de las cosas al caer es una suerte de muñeca rusa. Su estructura mantiene la tensión durante todo su desarrollo, por medio de interrogantes que se siembran en el lector, y la aparición oportuna de sus respuestas. Su relato todo es una paciente entrega de pistas.
Inicia con un flashback. Un hipopótamo, víctima inocente de la guerra de la droga – una más -, es asesinado con armas de grueso calibre y descuartizado para facilitar el transporte de sus restos. El animal era parte del zoológico privado de Pablo Escobar. Esta noticia, a la que dan cobertura periódicos y medios televisivos, lleva al protagonista, Antonio Yammara, a recordar a Antonio Laverde. ¿Pero quién es Antonio Laverde? Ésta es la primera pregunta que atrapa la curiosidad del lector. La respuesta irá llegando poco a poco, sin escándalo, mientras Yammara cuenta del tiempo en que solía ir a una sala de billar, poco después de atender su trabajo como docente universitario.
El zoológico, ese sueño exagerado de Pablo Escobar, quedará como imagen de fondo sugiriendo, una y otra vez, las preguntas: ¿qué culpa tenemos de las guerras desatadas? ¿Quién protegerá a los inocentes? La respuesta está implícita, aunque no contestada de manera completa y definitiva, en la escena del hipopótamo muerto y descuartizado.
Poco después de recorrer barrios históricos de Bogotá y de escuchar a un Ricardo Laverde melancólico y cansado, quien después de estar en la cárcel no desea nada más que regresar a casa, a esa casa que es Elena Fritts, su esposa, apenas un poco después de eso, aparece la segunda pregunta. ¿Por qué le dispararon a Ricardo Laverde? Y es que eso es lo que ocurre al final de la primera parte del libro: una lluvia de balas asesina a Laverde y deja herido a Yammara. Habrá que leer las páginas siguientes para entender las razones. Lo cierto es que, de ese momento en adelante, el protagonista no se sentirá seguro. Y a causa de su invencible miedo, irá perdiendo casa, esposa, hija, país.
La buena literatura habita lo que Ricardo Piglia llama la historia invisible; ahí es donde, según Novalis, el alma del escritor se encuentra con la del lector.
Lo mejor de El ruido de las cosas al caer no son los sucesos que llevan a Antonio de Yammara de un lugar a otro, de Bogotá a La Dorada, a medio camino entre Bogotá y Medellín, sino avistar los síntomas y las causas del miedo, espejo en el que todos podremos mirarnos.
Estamos ante un libro ambientado en Colombia pero que retrata el alma humana, así, a secas, sin otro calificativo. En la página 229, Maya Fritts, hija de Ricardo Laverde y Elena Fritts, sentencia: Ahí supimos que la guerra también era contra nosotros. O lo confirmamos, por lo menos. Más allá de toda duda. Esta frase me puso frente a un descubrimiento que hace tiempo ansiaba. Paso a explicarme.
Hace poco Lolita Bosch, escritora catalana que radicó en México por una decena de años, convocó a escritores de Latinoamérica para escribir sobre la violencia en nuestros países. El proyecto se llamó Nuestra Aparente Rendición. Para cumplir con su solicitud, redacté varios párrafos sobre la explosión de violencia más explícita y resonante que ha tenido nuestro país, por lo menos en su etapa republicana, la invasión estadunidense. Generando ese texto, me hice consciente de que aquel agrio 20 de diciembre fue la manifestación de la violencia más que su inicio, o siquiera una causa en sí, real, de la violencia. En otras palabras, descubrí que la violencia se lleva dentro, con la consciencia aún adormecida. La violencia es un miedo que nos vamos inyectando poco a poco y que en cierto momento revienta y traspasa la piel. En ese 20 de diciembre, nos dimos cuenta de que la guerra, la guerra que los seres humanos llevamos dentro, la guerra en la que se está convirtiendo el mundo, también es contra nosotros.
¿Hace falta decir que disfruté mucho esta novela, que la leí en pocos días, aprovechando cualquier minuto libre, que la subrayé y tomé apuntes en los bordes de sus páginas? No me resta más que recomendar su lectura y augurar un disfrute reposado a quien la lea, y un nuevo descubrimiento de sí mismo para quien desentrañe sus códigos. Buenas noches.
Texto que leí durante la presentación de esta obra ganadora del Premio Alfaguara 2011.
Fotografía extraida del sitio oficial de Alfaguara.
Mi estimado amigo Carlos esta es una novela que me impacto cuando tuve la oportunidad de leerla en su momento y escribir una reseña literaria sobre la misma publicada en mí blog. Esta novela de Juan Gabriel Vásquez es muy buena por el tema que plantea la misma, personalmente la recomiendo y te saludo amigo buena presentación que has plasmado.
Saludos,
Robert
Hola Carlos, ya no usaré más Facebook aunque una de las deudas que me quedan es haber descubierto tu blog, que me encanta. La reseña me ha parecido fascinante un trabajo muy profesional y muy artístico, definitivamente eres un artesano de lujo con la palabra… creo voy a iniciarme en el uso de gmail+ y twiter para no perder contacto con la gente pensante analítica, y con un compromiso ético humanista de mi país. saludos. Carlos Carrera
Estimado Carlos, también te he leído y me estimulan mucho tus escritos. Puedo expresarme exactamente igual sobre mantenerme en contacto contigo. Ojalá coincidamos un día en algún evento no virtual. Va un gran saludo y desde ahora estaré pendiente de sumarme a tus círculos de twitter o de gmail. SALUDOS.