Fragmento de «Mis Mensajes en Botellas de champaña»

Siempre es incómodo enviar correos electrónicos y no recibir respuesta. Más si a quien le escribes dejó cabos sueltos entre los dos. Estos son los primeros dos mensajes del cuento que da título al libro Mis Mensajes en Botellas de champaña, obra que obtuvo Mención de Honor en el Premio Centroamericano Rogelio Sinán y que se presentará en el marco de la Feria del Libro panameña el 27 de julio, a las 7 de la noche,  junto con Cuentos de Pequeté de Ana Lucía Herrera y Voces al oído de Alberto Cabredo. 

Mis mensajes en botellas de champaña

7 de agosto de 2007

Dedicado a

Bret Easton Ellis

Para:

kclark@aol.com

De:

nzuniga@yahoo.com

Asunto:

República Dominicana y el padre culpable

Hola Kenneth,

¿Cómo estás? Espero que muy bien. Y deseo, además, que los cursos de reposición en los que te inscribiste no sean aburridos ni complicados (¿es posible tal cosa en la UC?)

Te escribo mientras mi mirada se pierde en el mar Caribe. Bebo directamente de una botella de Moet Chan Do que mi padre guardaba en la nevera no sé para qué. Para emborrachar con burbujas a alguna de sus amantes, seguramente. Va a tener que comprar más.

Pero que no se te antoje beber, Kenneth. Te recuerdo que prometiste no hacerlo por noventa días. Me aseguraré de que cumplas tu promesa, ¿ah? No creas ni por un instante que porque dejamos de ser novios, me desentenderé de ti.

Como te habrás dado cuenta, ya tengo nueve días en República Dominicana. ¿Puedes creerlo? Y tengo la impresión de que necesitaré meses, quizás años, para comprender este país.

Mi padre tiene las mejores intenciones pero todo está en su contra: el calor húmedo, la música espeluznante, el caos urbano y un largo etcétera. El pobre trata de hacerme pasar unas vacaciones agradables, pero no sé si alguna vez lo logre. Me recibió en el aeropuerto – sonrisa de oreja a oreja, ya sabes – y desde entonces no ha dejado de consentirme (Ladies and Gentlemen: ¡El increíble poder de la culpa!)

Eso sí, parece el dueño de Dominicana. Lo reciben en restaurantes muy refinados como si fuera un rey. Y a los cinco días de estar aquí, me llevó a una recepción en la que conocí – cáete muerto – al presidente. Yo no sabía quién era ese hombre de cabello cano, al que todos se acercaban sonrientes y con cautela. Cuando mi padre me lo presentó, casi me da un ataque de nervios. Estaba literalmente rodeado de guardaespaldas. Yo llevaba un diseño de Oscar De la Renta y él hizo un comentario halagador sobre el traje. ¿Sabías que Oscar es dominicano? Pues ahora te enteras del chisme. Que no se diga que no educo al pueblo (ja,ja).

Su excelencia me preguntó de dónde venía. Le dije que de los Estados Unidos y él sonrió como un anciano bondadoso.

Te presumo, además, que mi padre tiene una casa frente a la playa. Una hermosísima casa frente a la playa. Gracias a esta conveniente inversión ahora te escribo viendo el reventar de las olas.

Ya me he habituado a colgarme al cuello mi Ipod y tomar el sol por horas. Glorioso, ¿verdad? Cuando regrese, verás lo bronceada que estoy.

Espero noticias tuyas,

XOXO,

Nancy

15 de agosto de 2007

Para:

kclark@aol.com

De:

nzuniga@yahoo.com

Asunto:

Nancy en el mundo al revés.

Hola Kenneth,

Te informo con cierta alegría que mantengo una amistad – o mantuve una amistad – con un chico dominicano llamado César Gómez. Dudo de nuestra relación porque nos peleamos y quizás él ya no quiera saber de mí. Sin embargo, Kenneth, me agrada creer que volveré a encontrarlo en la playa y que hablaremos de esteros ocultos, delfines y música alternativa como lo hicimos por más de una semana.

El rompimiento con César – si es que hemos roto – me hizo tomar consciencia de lo lejos que estoy de casa. Habito el mundo al revés.

Me he acostumbrado a extender mi toalla, ésa con una gran S de Supergirl y caricaturas a colores de la heroína, en una duna exacta durante las primeras horas del día. Entonces me desentiendo de todo.

¿Puedes verme con la imaginación, Kenneth? ¿Puedes asomarte por la ventana de tu cuarto y observarme con el bikini de caras felices que tanta risa te causa? ¿Puedes recordar mi rostro y mis gestos, Kenneth?

Cuando estoy acostada en la playa, encajo los audífonos en mis orejas y escucho Yo la tengo a buen volumen. Mientras la música hace volar elefantes infantiles, pienso en ti.

El viernes pasado, un chico con la piel tan oscura y reluciente como el té de manzanilla, se paró frente a mi cuerpo tendido. Su sombra iluminó mi piel como si fuera un sol negro. Su cabello tenía innumerables rizos tal como los tendría el astro rey si fuera azabache.

Me preguntó con un inglés horrible ¿qué música estaba escuchando? Tenía el torso desnudo y usaba un blue jean que se deshacía en hilachas a la altura de la rodilla.

Le contesté ansiosa porque hasta entonces no me había hablado nadie de mi edad. Mi padre y sus amigos rebasan los sesenta años.

Le dije que estaba escuchando Yo la tengo y le conté todo lo que sabía del grupo.

Luego empecé a enumerar mis canciones preferidas de Blonde Redhead, The Killers y Radiohead.

Y traduje algunos versos de Elephant Girl que, como sabes, me parece un himno amoroso y tierno.

Él me dejó monologar sin interrupciones. Parecía escucharme con atención serena.

Aún ansiosa, le urgí a que hablara. Y bromeé: Parece que te comieron la lengua los ratones. Y entonces fue que me dijo, con un enojo incomprensible, que si sólo me sabía canciones en inglés. Me sentí diminuta como un insecto. Pero, de inmediato, supe que él era el insignificante: era él quien estaba mal. Después de escupirme la queja, se paró y se fue.

Regresó al día siguiente. Llevaba, a diferencia del día anterior, un T-shirt que le cubría el torso. La cara enorme de Bob Marley estaba estampada al frente de la playera, cosa que me pareció una estupidez porque Marley, que yo sepa, nunca cantó en español o italiano. A pesar de todo, sin demostrarlo, me sentí aliviada de que César hubiera vuelto.

Le di más espacio para que hablara. Y habló. Habló incansablemente. Dijo que era muy hombre y después nombró cada una de las muchas novias que tenía.

Y a mí qué me importa, pensé. Pero no se lo dije. Solo sonreí.

Después de un rato, me dijo que tenía una cita con una de sus mujeres y que debía irse. Yo pensé que nunca me enredaría con un macho retrógrado como él.

Pero regresó, y nuestras conversaciones se hicieron más llevaderas y comenzó a caerme mejor. Me contó de cuevas marinas que pocos conocían y de lugares en que los delfines se dejan acariciar las aletas. Prometió llevarme a cada uno de esos sitios secretos.

Llevábamos seis días coincidiendo, cuando tuvimos nuestra discusión. La conversación que sosteníamos, de pronto, quedó en blanco. Él se quedó mirándome y, sin aviso, intentó darme un beso. Me moví y cayó de bruces. Me pareció jocoso el accidente porque, cuando se levantó, César escupía arena. Pero no me reí, no me reí para nada.

Whots yor problem, man?, le dije con mi inglés callejero más eficaz.

¿No era lo que querías?, respondió él. ¿No era eso lo que querías? ¿No has estado insinuándote?

Le dije que mejor se fuera y eso hizo. Desde entonces, no ha vuelto.

Y otra vez estoy sola, Kenneth. Mi padre es el único que insiste en hablar conmigo pero, con él, no quiero hablar. Deseo que César vuelva.

Y deseo que Kenneth me escriba. Por lo menos un párrafo. Que por lo menos me mande un saludo…

XOXO,

Nancy

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