El cuento en los tiempos de la intrascendencia (texto leido durante los Diálogos Latinoamericanos de la FILSA 2012, en Santiago de Chile).

2012-11-11 19.01.52 okGyörgy Lukács escribió que los griegos encontraron las respuestas antes de formular las preguntas. Me parece que en nuestra época nos ocurre todo lo contrario: nos abruman las preguntas y carecemos de respuestas. Y esto incide, desde mi punto de vista, en el cultivo del cuento.

El cuento es el más esencial de los géneros de creación. Mientras que la novela puede presentar fragmentos y, gracias a su extensión y acumulación de piezas, lograr que su rompecabezas culmine, el cuento necesita ser rotundo. El cuento necesita estar muy cerca de las verdades básicas.

La danza deslumbrante de información que atestiguamos: televisión, internet (y sus redes sociales); la prisa que hemos asumido como personas y hasta el vertiginoso ritmo del cine comercial pueden ser distractores poderosos para la labor del cuentista. Todo dice saber, pero no sabe nada; solo tiene ángulos de la visión total y no la visión total.

Recuerdo a un escritor de mi país que, en cierta ocasión, se dio a la tarea de presentar una muestra de nuestra literatura. Estaba ante críticos importantes. Y después de listar con un afán más cuantitativo que cualitativo, a autores y obras, los críticos le preguntaron: ¿y quiénes son los mejores? Pues ese es el trabajo de ustedes, respondió él. Y la responsabilidad pasó de una mano a otra sin que nadie la acogiera realmente.

Esto que ocurre en el plano de la antología, también pasa en lo íntimo, en el encuentro del cuentista con la hoja en blanco.

¿Cuál es la verdad? Los buenos cuentos se ocupan de ella. De manera lapidaria, sin dilación. Bola de cebo de Guy de Maupassant, por mencionar un ejemplo, nos la dice, y con ella ayuda al lector a verse de alma entera.

En todo Latinoamérica ― y menciono nuestro caso para que estos diálogos conserven su apellido, latinoamericanos ―, parece que hemos renunciado a ese sabor inigualable de lo cierto y nos hemos conformado con entretener. Hay cuentos que han sido considerados importantes y son anécdotas. Hay otros que optan por la trama, la aventura, pero no llegan a decir nada profundo. Y muchos se conforman con sorprender. Pero esas no son las historias que trascienden el paso de los años.

Leí a Julio Cortázar por allá por los noventas y fue él, en gran medida, quien determinó el camino que habría de seguir como escritor. Julio Cortázar narra con símbolos, que es el lenguaje más poderoso que existe (las parábolas bíblicas, las fábulas, relatos cuyo eco ha durado tanto, nacieron eslabonados con ellos). Y esto hace que sus cuentos salten la cerca del intelecto y se instalen en la emoción. Recordemos que Cortázar defendió, desde su trabajo ensayístico, el uso del lenguaje poético. Por eso sus narraciones nos impactan sin que sepamos, primeramente, por qué. Eso me pasó a mí. Y quise hacer algo parecido con mi propio trabajo. Traigo a colación un microcuento, Lobo:

Cuando llegué a las llanuras del sur, yo era un lobo salvaje. Aullé con perseverancia y gruñí a cuanto ser se me atravesaba en el camino. Pero me trataban con burla: los libros de zoología aseguraban que no había lobos en las llanuras del sur. Sólo me creyeron bajo la forma de fiel y cariñoso perro.

Lo que busco con mis narraciones es estar cerca de la verdad, a pesar de que estos tiempos fragmentan y confunden, a pesar de mi propia confusión busco que brote el atisbo de lo que hemos sido, lo que somos, lo que seremos.

Ahora voy a leer un fragmento de un texto más largo, Plagio:

Julianita es quien me dicta lo que escribo. Y es que yo, lo que soy yo, no genero un escrito así nada más. Es Julianita la que se mete en mi vida y relata historias.

Pero no. No es que ella dicte lo que escribo. Eso no es cierto. Es más como si me ocurrieran cosas por ella. Digamos que Julianita es el detonante de mis experiencias.

Ahí estaba yo, en mi estudio, sentado ante mi escritorio de roble. Y Julianita entró desnuda…

Linda esa Julianita desnuda. Linda como un pez sumergido.

Acercó su boca a mi oreja y, hecha ella toda un vaho, me dejó un suspiro de palabras: el abarrotero de la esquina se enamoró de una prostituta.

–        ¿Qué? – le pregunté extrañado.

–        Así como lo oye – repuso ella -: que el de la tienda se enamoró de una mujerzuela.

–        Ah – contesté yo.

Y pude entender cuánto duele el amor guardado, cuánto la soledad de ese hombre que veía (pero casi no veía) todas las mañanas cuando iba a comprar café y otros enseres. Comencé a relatar su historia.

Terminé. No eran más de seis páginas a doble espacio, mecanografiadas. Dejé las notas en una esquina del escritorio. Así nomás. Y no reparé en que, tal vez, alguien me observaba. Julianita, tan súbita como había aparecido, se había ido.

Creo con firmeza que estas búsquedas son las que deben encararse. El cuentista va decidido a contracorriente de estos tiempos, tan dados a hacernos ir por las ramas.

Rescato a un puñado de escritores jóvenes panameños, menores de cuarenta años, que han asumido esta agenda (me di a la tarea de escrutinio por solicitud de Ulises Juárez Polanco, narrador de Nicaragua):

Lissete Lanuza: un libro con 9 signos editorial y alumna incansable de talleres.

Javier Medina Bernal: por desgracia, aún no tiene libro de narrativa editado, pero ganó un importante premio de poesía y tiene una mención honorífica de cuento por el Rogelio Sinán, concurso centroamericano.

Cheri Lewis: pronto saldrá un cuento suyo en una antología de un taller que impartí.

Y Julio Moreira: publicó su primer libro hace poco y también aparecerá en la misma antología que Cheri.

Suelo, desde que tengo memoria, escuchar que el cuento es el género más latinoamericano, y lo es. Pero aceptemos que el camino de su sobrevivencia no es fácil. No me parece que el cuento en Latinoamérica goce de completa salud, como suele decirse. Sus latidos se están abriendo paso entre marañas, armado solo con una endeble concentración. Padece males respiratorios que podrían degenerar en tuberculosis fulminante. Esta es una era más propicia para géneros de mayor imperfección, de sabiduría menos certera, más turbia, como la novela.

Lo que quiero decir hoy es que hay que luchar por el cuento, que no lo tenemos todo ganado. Pretender que no hay dificultades, es irrespetar la memoria de sus cultores.

Fotografía de José Pérez Reyes.

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