Fragmento de «El espiral en la flor», primer cuento del libro «Mis mensajes en botellas electrónicas»

Una vez le dije a mi amiga Yolanda Arroyo Pizarro, escritora de Puerto Rico, que yo era un poco mis personajes. ¿Qué escritor no lo es? Esencialmente, quiero decir; a nivel de las emociones y las ideas. Bien lo decía Gustave Flaubert con referencia a Madame Bovary. Así que el siguiente cuento es una posibilidad de mi mismo, tanto como lo es de quien haya vivido o viva en pareja, caminando en esa cuerda floja que es permanecer juntos.

¿Te acuerdas de Vicente Sanjur y Laura Espinosa? Se veían bien juntos, ¿verdad? Él era un tipo jovial, risueño, buen amigo de nosotros. Ella era hermosa, equilibrada, serena. Parecían ser complementos perfectos…

Pues se separaron hace un año. Se fueron hundiendo en las arenas movedizas de la rutina, por decirlo de alguna manera, y ya no se quisieron como antes.

Y hace un mes se reconciliaron. Increíble. Si los ves, te parecerán una pareja de recién casados. Como si la corriente de un río hubiera pulido el cauce.

Y, sin embargo, un par de desacuerdos permanecen, desacuerdos que quizás los sigan como sombras por el resto de sus días.

El primero quedó al descubierto en la fiesta de Rosa Guzmán, donde reavivaron las llamas de la relación. Con los bocadillos y las bebidas en una bandeja, se apartaron del resto de los invitados y se acomodaron en un pequeño balcón. Vicente me dijo después lo que habían hablado.

Ella celebró que aún podía ganar en charadas – juego que compartimos esa noche -, que casi nadie entendía sus mímicas pero que a Vicente no se le escapaba una sola, que era la mejor pareja de juego que había tenido.

– Fueron muchos años de matrimonio, Laura. Tenemos muchos años de conocernos. Te entiendo todo.

–   Es cierto. Nos conocemos desde hace una eternidad.

Y se acercaron. Y se besaron. Me dijo Vicente que sintió que sus labios se perdían en los de ella. Siempre que besaba a Laura, acababa sin labios.

–   Pero… – interrumpió Vicente.

–   Pero qué.

–   ¿Vamos a saltar de vuelta al matrimonio sin un análisis, sin una reflexión?

–   No te entiendo.

–   Algo debió haber fallado, ¿no? ¿Qué fue?

–   Quizás no sabíamos lo que perdíamos. El tiempo que hemos estado separados ha sido un eterno dilema. Por lo menos, para mí.

–   Tienes razón – dijo Vicente. Y volvió a acercarse a ella con la intención de besarla. Pero el encantamiento se había roto. Esta vez, fue Laura quien interrumpió el beso.

–   Espera – dijo -. Ya que tocas el tema de lo que salió mal y lo que salió bien, puntualicemos lo que definitivamente no estuvo bien, ¿sí? ¿Recuerdas nuestro juego de comedor, el de caoba?

Vicente tragó grueso y asintió con la cabeza.

–   No me vas a creer, pero se lo vendiste a una pariente que llegó de Venezuela.

–   ¿Es pariente tuya?

–   Es mi prima. Pero, en fin, lo importante es que me quedé unos días en su departamento. Ella sólo tiene una hija adolescente y le sobra una habitación por lo que, para salir del asfixio de mis padres, me mudé allí por un tiempo.

Entonces el corazón de Vicente comenzó a palpitar más rápido.

–   La hija adolescente de mi prima es una niña alocada. Ése no es ningún secreto. Se va de fiesta y regresa con amigos y no deja dormir a nadie… Una madrugada, desvelada por sus ruidos, me fui a tomar té caliente a la cocina. Aún estaba oscuro, cuando escuché que alguien caminaba por la sala. Vi una sombra, una sombra que abrió la puerta del departamento y se fue. Yo estaba entre dormida y despierta así que no le di importancia al asunto. Creí que era un sueño y nada más.

–   ¿Y eso qué tiene que ver con nosotros, Laura?

–   Que la sombra se parecía a ti.

–   Laura, no seas ridícula. Debes haberlo soñado.

Laura esbozó una sonrisa afilada y miró a los ojos a Vicente.

–   Lo habré soñado, Vicente, pero es un sueño que no quiero volver a tener, ¿entendido?

–   Pero, Laura…

–   ¿Entendido?

Y entonces Vicente consintió:

–   Sí, Laura, entendido.

El segundo desacuerdo, fue una malinterpretación. Vicente lo sabe y yo lo sé. Pero jamás podremos explicárselo por completo a Laura…

Caminaban por la acera, rumbo a una tienda de accesorios en la que ella vería aretes de diseñador cuando, de pronto, Vicente fijó su mirada en una mujer joven que pasaba a su lado. La miró por largos segundos, absolutamente abstraído. Laura se enfureció ante lo que le pareció una cruel impertinencia. Cruel porque la chica, aunque hermosa como una gacela, parecía tener un tercer ojo en la frente.

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