Calle 13: jazz del pensamiento.

En entrevista reciente, René Pérez, vocalista y front man del grupo Calle Trece, dijo que estaba evaluando minimizar el número de malas palabras – o de plano, eliminarlas del repertorio; no es muy preciso sobre esto – para hacer llegar su mensaje a una mayor cantidad de público. Si esto viniera de Alejandra Guzmán o de Alejandro Sanz, quienes han usado una que otra palabra fuerte en sus canciones, no provocaría sorpresa, pero la mismísima columna vertebral del proyecto Calle Trece es su transgresión a las reglas morales y no tan morales, que imponen los sistemas económicos y de poder.

Mientras avanzaba la entrevista, Claudia Palacios al frente, René Pérez pasó de una posición a otra, se contradijo en más de una ocasión y, en definitiva, no dio un mensaje claro.

Visitante, Eduardo Cabra, por parco, porque se mantuvo fiel a su propia timidez, no mostró tal incongruencia. Es más, hiló un par de líneas que tal vez expliquen no solo sus razones musicales, sino las de su compañero. Cito: “El peor momento de la música lo estamos viviendo ahora mismo… Todo se parece… nosotros no estamos haciendo la mejor música del planeta, pero es un trabajo sincero y yo creo que eso vale”.

Sincero. Esa palabra me parece importante ahora: sincero. La retomaremos más adelante.

 

Cualquier artista experimenta, cuando nace alguna de sus obras, un estado de arrobamiento o sueño. En ese momento cruza una puerta fantástica y explora el cuarto de la creatividad universal. A esto muchos lo llaman inspiración y para los piscólogos, científicos al fin y al cabo, es un sondeo en el subconsciente o inconsciente. Si desean acceder a pruebas de lo que digo, lean las teorías de Antonio Skármeta sobre creación literaria o las biografías de Julio Cortázar en las que se alude al estudio que realizó de las obras de Freud y sus opiniones sobre ellas, o a las referencias a aquellos episodios de profundo éxtasis de Mozart.

Después de que el artista pasa por esta experiencia trascendente, puede seguir dos caminos: convertirse en el primer lector de lo que nació de su alma, o dar a conocer su trabajo sin ocuparse en interpretaciones propias. En el primer caso, su toma de conciencia lleva a un refinamiento de la obra y nace, por ejemplo, una melodía clásica. En el segundo caso, la entrega mantiene su cariz emocional y puede dar origen a una tonada jazzística, por mencionar una posibilidad.

Y hago esta comparación porque el jazz, como género musical, aspira a una mayor espontaneidad que otros procesos musicales. Estoy consciente de que alguien podría no estar de acuerdo con esta comparación pero la analogía me sirve para demostrar un punto. Sigo.

 

Listo. Aclarado esto, volvamos a nuestra palabra: sincero.

Mientras veía a residente contradecirse, enredarse, no dar respuestas claras – cosa que también ocurre en algunos de sus versos: unos dicen que sus letras obscenas pagan la quincena y otros que si quisiera vender pondría una tienda, ¿contradictorio o no?, pensé más en una pieza de jazz que en una melodía clásica. Tal vez lo que hemos atestiguado por más de un lustro  – la duración del grupo Calle 13 -, es una especie de psicoterapia pública en la que Pérez, desde un diván y en una suerte de escritura automática, grita lo que está en su subconsciente, en su inconsciente inclusive, y luego el público y los críticos, como psicólogos a veces entusiastas y otras veces recriminadores, califican con la más pasional identificación o con rabioso rechazo.

Sincero. El trabajo de René Pérez es sincero. Jazz del pensamiento y nada más. Hasta el punto de reflejar sus miedos y aprensiones, sus paradojas. Y la realidad más absoluta de ser latinoamericanos. Es un retrato que pocos se atreven a externar.

Cabra y Pérez toman riesgos, eso sin lugar a dudas, y algunas veces parecen traicionarse. Pero nadie puede cuestionar que están haciendo un trabajo del corazón y quizás por esto, perdurable.

 

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