Islas en el mar que nos cruza: los escritores panameños y la cultura del tránsito

(Esta ponencia se leyó ante estudiantes de la Universidad de Cagliari. Agradecemos a Haydée Bermúdez, la profesora María Cristina Secci y a los estudiantes asistentes)

  • Resumen

La siguiente ponencia, primero, ofrecerá un panorama abarcador de la historia panameña con el menor número posible de palabras. De inmediato, propondrá ciertos criterios para describir los rasgos culturales de Panamá y sus escritores. Finalmente, pasará revista de estos escritores siguiendo la línea de sus años de nacimiento. Como colofón, dedicará un par de párrafos a las tendencias que marcan las nuevas voces literarias.

Por supuesto, los juicios y conclusiones que surjan a partir de este escrito son responsabilidad de su autor y resultado de su agudeza o torpeza subjetiva.

  1. El puente que somos, el mar que nos cruza

            Panamá ha sido marcada—indeleblemente o no— como puente del mundo. Un canal interoceánico la cruza y aparta, muchas veces, de sí misma. Las aguas embravecidas la atraviesan, las de los mares, pero también las del comercio mundial, las de dineros bancarios, las de empresas off shore. El siguiente es un sumario de nuestra historia según el libro de mi autoría Panamá: el dique, el agua y los papeles:

            «Panamá se forma como nación antes y durante la conquista y colonización españolas y, ya como república, a partir de principios del siglo XX. Simón Bolívar, quien vio en la unidad el camino para el desarrollo soberano de Latinoamérica, pensó en Panamá como la capital de la región. Al poco tiempo de separarse del imperio español, se unió a la Gran Colombia, por simpatizar con los ideales del Libertador sureño. Aquello ocurrió en el año 1821. Y no es hasta el año 1903 cuando Panamá, tras el fracaso del proyecto canalero francés y a la par de una cuestionable cooperación de los Estados Unidos, se constituye como república. A esto siguieron noventa y siete años de ocupación estadounidense».[1]

            Desde siempre, sufrimos una persistente desigualdad económica. Suele atribuírsele a una oligarquía eterna, oligarquía que ha visto pasar el tránsito del mundo sin que este le deje considerables máculas.

Considero que ambas fuerzas, tránsito y permanencia, son dos caras de lo mismo. Como dicta la Tercera Ley de Newton, los sistemas se equilibran cuando enfrentan dos potencias contrarias e iguales[2]. En el libro citado, se llama a estas fuerzas el Agua y el Dique, las cuales se moldean una a la otra.

            Y como la Teoría General de Sistemas relaciona sin fisuras los diferentes campos de la actividad científica y social del hombre[3], no debe existir sorpresa si se alinear la ley newtoniana dicha con uno de los principios herméticos más conocidos. La ley de polaridad dice: “los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado”. En síntesis, el caos del tránsito y el orden conservador pueden ser tenidos como extremos de una misma sociedad.

            Es un ejemplo muy claro la esencial historia panameña. Han pasado entre nuestros límites millones de seres vivos. Pero también han permanecido entre las fronteras, por siglos y siglos, ciertas especies y etnias. ¿Cómo se guarecen los pobladores de la tormentosa inestabilidad? Imaginemos por un momento a estos habitantes sorprendidos porque frente a sus casas corre un río caudaloso de extranjeros. En el inicio de la república, eso fue exactamente lo que ocurrió: la inmigración superó por mucho y de manera súbita a los locales. ¿Cómo reaccionar? No quedó más remedio que formar grupos muy fieles a sí mismos, las llamadas roscas (colectivos de poder que no permiten la entrada de foráneos).

            Recurro otra vez a una cita de aquel libro sobre Panamá para definir con precisión los términos:

            «Conviene concebir Panamá como dos naciones. La primera habita la superficie del país y se sustenta con el comercio que atrae la privilegiada posición geográfica. La segunda mora lo hondo del territorio y la constituyen las personas que raras veces emigran. La primera es endogámica, tanto en el sentido racial como en el de sus relaciones. La segunda es mestiza y ha acogido a infinidad de nacionalidades y etnias.

            » La primera se identificó con los próceres de la república, quienes, en aras de la prosperidad financiera, asumieron el lema Pro mundi beneficio y, la segunda, con héroes nacionalistas como Victoriano Lorenzo, Pedro Prestán y Omar Torrijos. La primera abraza valores como la formalidad (cuidado de las formas), el éxito material y la jerarquía de clases. La segunda es caótica, orgullosa, desconfiada ante las divisiones sociales, solidaria y horizontal en el trato personal. Pueden rastrearse los orígenes de sus valores en las crisis históricas que ha sufrido Panamá. Celestino Pizurno llamó a la primera “La república de los primos” y, a la segunda, “Los habitantes del arrabal”. Aquí se llamarán El dique y El agua, respectivamente».

            Habiendo presentado, con breves pinceladas, el país y bosquejado su personalidad, cabe adentrarse en el meollo de esta disertación.

  1. Las islas

            Ahora es oportuno hablar de nosotros, los escritores panameños. Mi hipótesis es que somos Dique y Agua a la vez, islas que se elevan por sobre el incansable tránsito. Los aristócratas escapaban el encierro social para vivir la bohemia arrabalera, y escribir. El autor necesita la firmeza de la tradición y el vivificante caos. En fin, Dique y Agua se necesitan para crear arte. Por separado, no lo lograrían. El Agua es demasiado inestable para mantener un código uniforme y entendible. El Dique no tiene la hondura suficiente para desentrañar las novedades de su propia cultura.

            Según Rogelio Sinán (1902), nuestra literatura nace del cruce de la ruta vegetal (la exuberante naturaleza panameña, Panamá de norte a sur) y la mineral (Panamá de este a oeste)[4]. Crear en el mero centro de la cruz. En los tiempos de Sinán, este punto era evidente: el encuentro de la carretera Interamericana, que nos une con Sudamérica y Centroamérica (los caminos del maíz), y la franja interoceánica. ¿Por qué no decir imperfectamente que son el Agua y el Dique de los que hemos venido hablando? Así, el escritor se eleva firme por sobre las aguas que pasan sin cesar, siendo influido por ellas, pero entregado a una tarea que aspira a la memoria, a permanecer.

Para reafirmar su declaración, Sinán escogió un seudónimo acorde (su nombre oficial era Bernardo Domínguez Alba): Sinán se relaciona con Sinaí, cerro que se eleva en la isla en que nació, Taboga.

            Por cierto, existe otro escritor istmeño que se bautizó cual isla. Tristán Solarte. Solarte es un islote cercano a la provincia de Bocas del Toro.

            Y si escarbamos más en tierras de nuestra palabra, encontraremos otras soledades: la rebeldía de Roque Javier Laurenza, el estilo cuentístico de Enrique Jaramillo Levi (hijo más de la tradición mexicana que de la panameña); su presencia en nuestro jardín es una planta rara, al igual que los simbolismos de Justo Arroyo.

            Permítase una clasificación más práctica que objetiva: agrupar a nuestros autores por décadas, sin adscribirlos a una generación y considerando solo una muestra representativa de ellos. Se hará.

En la primera década del siglo XX, nació Rogelio Sinán, el más potente de los autores vanguardistas panameños. Bajo el influjo de sus viajes por Roma y otras ciudades europeas, miró desde el dique de la tradición las transformaciones que iba el agua esculpiendo, del Panamá que se iba haciendo mestizo.

En la segunda década, el istmo vio nacer a Roque Javier Laurenza, quien escribió con un fuerte acento europeo y, a la vez, buscando «hundirse en el trópico», tal como celebró de Sinán. Y José María Sánchez quien, con sus raíces enterradas en la provincia de Bocas del Toro, fue un escritor de Agua y Dique.

En los años veinte, nacieron Joaquín Beleño, autor realista que vivió y recreó desde el mismo centro de la cruz, la Zona del Canal de Panamá. Carlos Francisco Changmarín, con pensamiento llamado de izquierda, recupera la figura de Victoriano Lorenzo y toma el camino del Agua. Chuchú Martínez, con similar ideología (fue un cercano colaborador del General Omar Torrijos Herrera), pero dotado de un arsenal más variado (tenía un doctorado en Matemáticas de la Sorbona) también se ocupa con especial atención de desentrañar los misterios de nuestra cultura líquida.

En los treinta, nace Demetrio Fábrega, un erudito de la tradición literaria que se yergue en lo más alto del Dique. Ahí mismo, pero con la mirada puesta en las aguas de las anécdotas, se encumbra Neco Endara. Y colgando con una sonrisa que va haciéndose carcajada, finalmente, aparece César Young Nuñez, autor de poemas hilarantes y rotundos.

Pedro Rivera Ortega, nacido en los cuarenta, filosofa con su obra sobre el flujo que recorre el país y se hace un lúcido oponente a los conceptos imperialistas. Y Pernnett y Morales, epítome de los remolinos del Agua, retrata con una prosa ágil y coloreada de modismos urbanos, un barrio marginal que es quizás todos los barrios marginales de un Panamá ido.

En los diez años siguientes, los cincuenta, nace Orestes Nieto, quien se entrega a la construcción de una nacionalidad utópica y, sin embargo, concreta: sus versos develan una y otra vez la historia nacional. Y Ariel Barría se sitúa en la ruta vegetal sin evitar la experimentación técnica; se podría decir que moderniza la narrativa rural. Moisés Pascual rescata de la oscuridad urbana al panameño que el proyecto canalero procreó. Consuelo Tomás, no muy lejos de las propuestas populares del Agua, emerge de la mar envuelta por los tonos celestes de una que otra nube.

Los sesenta ven nacer a Héctor Collado y David Róbinson. Collado y Róbinson son breves colinas testimoniales, poéticas, que, con otros de su generación, completan una cordillera que parte las corrientes acuíferas. El Eduardo Soto ciudad, Eduardo Soto ocurrencia, Eduardo Soto periodista, toma lo que puede de la realidad para hacer ficción. Además, Rodolfo de Gracia, a contrapelo de sus compañeros de década, habita la tradición con pulcritud de lenguaje: memoria y dique.

En los setenta, aparecen Lucy Chau, Isabel Burgos, Eyra Harbar, Lili Mendoza, Pedro Crenes, Ela Urriola, Javier Medina Bernal, Edilberto González Trejos y este lector. Lucy y Eyra conocen bien sus raíces, exploran el viaje: una provincia o la esquina alumbrada por un farol callejero. Isabel, como el niño recién llegado, desnuda la rutina: igual los pequeños rituales de una iglesia pueblerina que al turista gringo sorprendido por el caos urbano; fluye. Lili Mendoza es absolutamente Agua: su obra nada entre peces de colores, los mismos colores de barrios como el Chorrillo. Edilberto González Trejos, Songo, toma la ruta vegetal, explora los pueblos del interior de sí mismo. Los otros tres son Dique y Agua. El más lírico (más poeta que narrador) es Medina. Como he dicho en otras ocasiones, Crenes, quien radica desde hace años en Madrid, es el relator de la nostalgia. Ela (lo que he leído de su obra puede no darme una visión completa de su escritura) recupera con la belleza de un lenguaje preciso y precioso el campo panameño.

En los ochenta, nace Lissette Lanuza Sáez. Es, sobre todo, cuentista. Sobre todo, urbana. La tiñe el color del día a día, de las oficinas y el window shopping, y el brillo cromado de la ciudad moderna.

De los noventa, menciono a Roberto Pérez Franco: nacionalista y fantástico; la patria soñada. A Nicolle Alzamora, cuyos cuentos zigzaguean dejando claros meandros. Y Lina Calvit que habita espacios fantásticos y de terror con hilillos de agua que golpean diques esparcidos.

Hay un puñado de creadores literarios que escapan a esta muy personal clasificación. Los ya mencionados Enrique Jaramillo Levi, nacido en la década de los cuarenta, y Justo Arroyo, en la década de los treinta. Y la literatura multidisciplinaria de A Morales Cruz, cincuenta, a caballo entre imagen y palabra, entre lo que denota y lo que connota. También Cheri Lewis, de quien se notan los rasgos cortazarianos. Quizás para estos cuatro no baste Agua y Dique, tal vez se requiera otra dimensión, un eje que nazca de la herida de las dos rutas. 

            Seguramente se me escapan nombres y pido disculpas sinceras de antemano. Ya las daré en persona a quien me lo reclame. Pero el horizonte dibujado, sino completo, puede ser tenido por representativo.

            Solo me resta hablar de un par de libros colectivos que tuve y tengo muy cerca. Cuentos del bus (I y II) y Panamá One Way, publicaciones que juntan a más de una veintena de autores y registran del habla panameña, sus leyendas e historias. Creo que en publicaciones como estas acabará apareciendo la cara real de nuestro país, como en un manto de Turín colectivo.

  1. Las islas serpentearán hasta unirse en cordillera

Aunque el brote primero de una obra requiere la soledad, la literatura culmina en patios para reunirnos.

Los autores nos debemos a una tradición, a un Dique que guarde las huellas del agua, al Agua que abre nuevos caminos que habremos de bordear con diques. Como autor, me debo a quienes me antecedieron y procuro dejar un sendero marcado para esos a quienes ya se les oye el paso.

¿Cómo vislumbro el horizonte de este archipiélago? Los puentes y mares se han multiplicado: las nuevas tecnologías han hecho que el centro del orbe esté en cualquier parte. Los escritores cada vez somos más islas, no importa el lugar, porque nos debemos a buscar lo distinto en un mundo que se homogeniza. Y solo nos queda el salvavidas de nuestra propia imaginación.

El Panamá transitado es hoy el planeta transitado. Y están las islas, sí, pero islotes desperdigados pueden latir hasta hacerse hilo de montaña, un trozo de tierra que no pueda hundirse. El futuro es todos los pasados, unidos.

Escribo con la certeza de que las paradojas pueden conciliarse. Mis libros Nostalgia de escuchar tu risa loca, Las impuras y Literatura olvidada, entre otros, pretenden incorporar a mi identidad lo que me resulta lejano. Aspiro a que el Panamá que me emociona no sea diferente a lo que desconozco. Decía Octavio Paz que el ser humano original, aquel que espera en la profundidad de quienes somos, es todos los hombres y mujeres que existen. El cruce de rutas descansa en el interior del autor y basta con atraparlo en sueños.

En Nostalgia de escuchar tu risa loca, el protagonista cree que Omar Torrijos, dictador nacionalista del siglo pasado, aún vive. Esta búsqueda lo transforma en alguien distinto, alguien que ya no es él, otro él.

Las impuras reúne a dos mujeres que inventan sus propias historias de la mano de la historia del país. En el fondo del ser mestizo está la respuesta, las dudas sobre el origen y la renovación futura.

Y Literatura olvidada revuelve la tradición, las lecturas que me marcaron cuando era un niño, historias de terror de Heinrich Heine, el Hard Boyle de Raymond Chandler, las búsquedas identitarias de Laurenza, para dar con la redención de la palabra que es, no se dude, la redención de la realidad.

Esta referencia final es significativa: la tradición de los seres humanos puede concentrarse en lo que hace a cualquiera ser humano, nos reúne a quienes nos creíamos extraños, distintos entre nosotros.

Así que esta ponencia, que habla de Panamá, acaba haciéndose mucho más vasta. ¿Quiénes somos y qué buscamos los escritores panameños? Lo mismo que otros escritores (lo mismo que los demás individuos) recrearnos hasta el fin de los tiempos, hasta hacernos, por fin, nosotros mismos.


[1] Wynter Melo, Carlos. Panamá: el dique, el agua y los papeles. FUGA editorial. Panamá. 2018

[2] Newton, Isaac. Principios matemáticos de la Filosofía Natural. Alianza editorial. 2002.

[3] Bertalanffy, Ludwig von. Teoría general de los sistemas: fundamentos, desarrollo, aplicaciones (Ciencia y tecnologia). Fondo de Cultura Económica. 1976

[4] Sinán, Rogelio. Rutas de la Novela Panameña. Revista Lotería. Octubre de 1957. Panamá.

Imagen por CatsWithGlasses de Pixabay

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