La mascarilla para cubrirnos después de estar tan desnudos

En el siglo veinte triunfó la extroversión como forma de vida y no fue distinto durante casi dos décadas del nuevo milenio. Dale Carnegie y los que le siguieron nos enseñaron cómo hacer miles de amigos y hemos usado la receta hasta degradar el concepto de amistad. Si son tantos nuestros amigos, no podemos considerar especial a cada uno de ellos. Acabamos atesorando a miles de personas que apenas conocemos o, peor, que desconocemos. Fue cantidad, no calidad. Nos vendimos al por menor, en vez de buscar a alguien que diera más por nosotros. Fuimos los flautistas de Hamelin y si no tocábamos la flauta, no encontrábamos niños que nos siguieran (por no decir que el músico del cuento solía atraer ratas).

Lo explosivo de nuestras personalidades solía reflejarse en nuestras ropas. Mostrábamos demasiado. Las faldas cada vez eran más pequeñas. Las calles se habían llenado de personas semidesnudas, sobre todo mujeres atrapadas por la sexualización de la moda. ¿Para qué esperar el cortejo si deseamos obtener rápidamente los resultados? No queríamos un novio, sino muchos candidatos para novios. Saltémonos las horas que ocupamos en desabotonar camisas, destrabar brasieres, sacarnos la ropa interior. No perdamos tiempo en convencer a los demás de ceder a nuestros avances. La vida es ahora, como decía aquel comercial televisivo.

Las redes sociales, hasta la actual pandemia, fueron vitrinas para exhibirse. Se usaron como megáfonos para la extroversión de por sí rampante. Acabaron con los últimos vestigios de pudor. Hay vidas enteras colgadas en Facebook con sucesión de imágenes enviadas desde teléfonos celulares. Hasta nuestros secretos de alcoba se volvieron públicos. Ahora, al menos, las capacitaciones en línea, los conciertos en casa y las expresiones artísticas comparten su ocupación.

Y la instantaneidad del whatsapp distrajo incluso a los tímidos, ese último refugio para el silencio. Después de todo, la aplicación nos avisa cuando el mensaje ha sido recibido, ¿por qué no insistirle al que pretende ignorarnos? Fue el desmontaje absoluto de las defensas sociales. La vida se volvió una fiesta de nudistas emocionales. Cuando no, era como si un hombre o mujer se apareciera con una gabardina para, en el momento justo, abrir su ropaje de golpe y mostrarnos secretos que debieron permanecer ocultos siempre. ¿Cuál iba a ser el siguiente paso? ¿Qué camino faltaba hollar? ¿Habríamos seguido adelante sin un respiro?

Este año la pandemia barrió el planeta como un tsunami despeinado e incansable y nos sumió en una cuarentena absoluta, quizás para ayudarnos a escapar de tanto ruido.

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